Caminar por la vereda, cruzar la calle, mirar los
carteles indicadores, interpretar las señales mientras estamos en una ruta o
tomar un ómnibus, por ejemplo, son rutinas que forman parte de la vida
cotidiana de un gran número de personas. Día tras día muchos de nosotros
hacemos estas cosas y pocas veces advertimos que, aunque las hayamos asumido
con naturalidad, forman parte de la intensa toma de decisiones que
desarrollamos las personas viviendo en sociedad.
Efectivamente, en cuanto ciudadanos, nos movemos en
un espacio que es social. Nuestro transitar ocurre en un tiempo y un espacio en
el que también se mueven otros y nuestro andar influye en (y es influido por)
el desplazamiento de los demás ciudadanos.
Este movimiento (de uno, de otros, de muchos) es constitutivo
del espacio público; es parte de la vida de las sociedades y en este sentido
puede analizarse, caracterizarse y comprenderse, indagando en los elementos antropológicos,
geográficos, sociológicos, y/o tecnológicos de cada comunidad, en un momento
histórico definido.
Podemos decir que la forma en que nos conducimos
por el espacio público es una construcción cultural; que en tanto pauta de
interacción social se transmite de generación en generación y, por ello mismo,
puede modificarse.
En los últimos años se reafirmó en la sociedad
argentina la honda preocupación por afianzar una convivencia democrática
respetuosa de los derechos de todos los ciudadanos y un Estado garante de esos
derechos.
Así, junto a la alta frecuencia de “accidentes
viales” en que muchos pierden su vida (o la dañan irremediablemente), la
evidencia de que dichos siniestros son evitables está cada vez más presente en
toda la sociedad.
Por otro lado, fue aumentando la convicción acerca
de que condiciones más seguras de tránsito redundan en una mayor calidad de
vida; que esto requiere un cambio cultural y que ese cambio es posible y
urgente.
Por último, existe una mayor conciencia de que ese
cambio cultural está asociado a un mejor y más amplio aprovechamiento del
espacio público y, por ende, a una ampliación de la propia ciudadanía.
Sumando a este panorama, somos numerosas las
instituciones y personas que dedican su tiempo, experiencia y conocimientos a
la promoción de la Educación Vial en todo el país con vistas a generar un
cambio en la cultura vial de la población.