Todos somos
peatones, y como tales hacemos una parte del sistema del tránsito interactuando
con los demás usuarios de la vía pública de manera segura o riesgosa.
La
vulnerabilidad de los peatones es un hecho sabido. En un choque entre un
vehículo, aún el más liviano, y un peatón, este último es el que, con mayor
probabilidad, se llevará la peor parte. Sin embargo, todos somos peatones y al
serlo desde pequeños, como parte de un proceso natural de nuestro andar y movernos
en el mundo, se nos olvida que convivir con la motorización creciente de
nuestra sociedad representa un desafío, que no por cotidiano resulta inocuo.
Cruzar o
caminar distraídos, no respetar las señales del semáforo, jugar en la calle,
cruzar por cualquier parte, caminar por la calzada, cruzar con las barreras
bajas, etc. son algunos de los comportamientos de riesgo que solemos actuar sin
pesar en las consecuencias.
Los problemas
del tránsito y sus consecuencias más serias, de lesiones y muertes, constituyen
una preocupación mundial. Resulta una de las principales causas de muerte en
todo el mundo, con más de 1.200.000 víctimas fatales anuales y son, para los
niños y jóvenes, la principal causa de mortalidad. En nuestro país, estos
conforman más del 30% de los muertos en el tránsito. Y los peatones son las
víctimas más frecuente especialmente en las áreas urbanas. Esta situación
requiere ser tenida en cuenta a la hora de implementar políticas de
ordenamiento urbano y también en la educación vial sistemática o formal e
informal.
Es importante
pensar en los comportamientos destacados como riesgosos, en qué consiste el
riesgo y cuál es el comportamiento seguro. Y reflexionar acerca de lo que nos
motiva a arriesgarnos cada día y sobre la conveniencia de cambiar
comportamientos de riesgo por otros seguros.