06 octubre 2014

La conducción autónoma y el placer de la conducción, ¿son excluyentes?



Últimamente empezamos a oír hablar de una tecnología en vías de desarrollo, la conducción autónoma.

Ante la perspectiva de que un día los coches conduzcan solos, algunos sentimos cómo puede verse amenazado eso que tanto nos gusta, sobre todo al poner el debate de si un coche autónomo es más seguro.

Conducción autónoma

¿Qué es la conducción autónoma?

Grosso modo, se trata de que una máquina asuma la tarea de conducir. Eso implica percibir la información que rodea al vehículo, procesarla y tomar las decisiones que sean necesarias para llegar al destino, respetando las normas de circulación ya conocidas y protegiendo la vida de las personas o la integridad de su carga.

A nivel computacional, el hecho de conducir tiene una extraordinaria complejidad. Aquí todos hemos visto un videojuego de conducción y ya vemos máquinas conduciendo. Lo que pasa es que no hablamos de una simulación, donde todos los factores están acotados, nos referimos a algo tan caótico y complejo como el Mundo Real.

Para recopilar toda la información relevante para la tarea de conducir hacen falta múltiples sensores y de tipos muy variados: visión artificial, percepción del sonido, medición de distancia a obstáculos mediante microondas, posición por GPS, sensores de condición atmosférica… Lo hacemos todos los días pero para nosotros es algo ya natural.

Los prototipos que están en circulación conduciendo “solos” necesitan capturar constantemente información de naturaleza muy variada, van muy cargados de sensores, apéndices y antenas. Toda esa información es, informáticamente hablando, cuantiosa, por lo que hace falta mucha potencia de cálculo para procesarla en tiempo real.

Los retrasos en la toma de decisiones no son aceptables, de ahí que hable de tiempo real. Ahora mismo los prototipos tienen casi todo el habitáculo y parte del maletero llenas de sensores, cables, equipo informático y demás parafernalia. Es difícil imaginar hoy un uso práctico de eso.

Conducción humana

Nosotros, en la cima de la cadena alimenticia y evolutiva, procesamos de forma natural mucha información. A diferencia de una máquina, no somos capaces de tomar una decisión en milisegundos, tenemos un tiempo de reacción. La información la captamos bien, pero no la trabajamos lo suficientemente rápido.

Por otra parte, el homo sapiens no funciona igual que una máquina basada en la estricta lógica y matemáticas. Una persona conduce distinto en función de su edad, estado anímico, salud, sus posibilidades psicomotrices e incluso por sus gustos personales.

El simple hecho de conducir tiene un componente pasional y otro racional. La conducción autónoma se basa en la racionalidad pura y dura. Nunca veremos a un ordenador saltarse las normas de circulación que le han sido programadas.

Análogamente, muchos creemos que si se eliminasen las decisiones humanas en la conducción, los accidentes de circulación se reducirían hasta tal punto que hablaríamos de algo residual.

La tercera vía

Por un lado está la conducción totalmente humanizada, por otro la totalmente informatizada. Apostamos por un tercer modelo, y es la convivencia entre la conducción manual (o asistida) y la automatizada por completo. Eso ya ocurre en el sector de la aviación, donde no siempre el piloto está a los mandos, y lo está un ordenador.

Por lo tanto, creo que los amantes del motor y la conducción —aunque no tenga ninguna finalidad práctica— no deberíamos temer a este cambio, sino adaptarnos a ello. La transición durará décadas por mucho que avance la tecnología.